23 de enero de 2012

Grandes hallazgos en el naufragio del “Matancero”

Aunque creían que hallarían un gran tesoro, los buzos que en los años cincuenta del siglo pasado localizaron al “Matancero” nunca pudieron hallar oro porque se trataba de un barco que no llevaba esa carga, aunque existe un relato alternativo que sí habla de un tesoro que fue ocultado en tierra y en cuya búsqueda aparece el nombre del famoso capitán cozumeleño Claudio Canto Anduze.

El rescate de los restos del galeón “Nuestra Señora de los Milagros” mejor conocido como “El Matancero” por haber sido construido en la provincia cubana de Matanzas, por entonces colonia española, ocurrió en 1958, no en 1956 como afirma el ayuntamiento, y fue el episodio fundacional del hoy poblado de Akumal, que en aquel entonces era apenas “el primer punto habitable cercano al naufragio” frecuentado solamente por grupos de pescadores y asiento de un rancho de cocoteros.

Ni el estado ni el municipio existían formalmente en aquel tiempo, pues aún era territorio federal de Quintana Roo, y la delegación Cozumel era a la que ese terreno pertenecía en aquel entonces; hoy es municipio de Tulum.

En 1957-58, un grupo de buzos miembros del CEDAM (Club de Exploración y Deportes Acuáticos de México), que era “un exclusivo club de buceo”, según Wikipedia.org, empezó a frecuentar la zona no solamente para practicar el buceo, sino para buscar el naufragio del galeón del que tanto habían oído hablar sus miembros y que se supone fue avistado por primera vez por dos norteamericanos Bob Marx y Clay Blair Jr. un par de años antes.
A continuación, algunos fragmentos de la historia original escrita por uno de esos dos buzos extranjeros, Clay Blair, para el periódico Saturday Evening Post, fechada en Washington en 1960.

“Hace poco tiempo volví a bucear en busca de los restos de un “galeón” hundido, que yace junto a un arrecife solitario en la costa del Este de la península del Yucatán, en México. Se encontraban conmigo 150 submarinistas estadounidenses y mexicanos, lo que representaba el mayor esfuerzo de exploración de restos de un naufragio realizado por aficionados, en este hemisferio hasta la fecha. Esperaba encontrar un objeto cualquiera que aclarase, de una vez para siempre, el inquietante misterio de este buque.

No pudimos descubrir todo, pero entre los 10.000 objetos que sacamos a la superficie se encontraron algunos que nos revelaron muchas cosas. Además, desde el punto de vista científico, el botín resultó el más rico en la breve historia de la arqueología de América.

El buque naufragado quizás sea conocido por los lectores del “Saturday Evening Post”. Fue descrito por primera vez en esas mismas páginas hace veintiún meses, poco después de que mi compañero de inmersión Bob Marx y yo fuéramos a explorar su casco incrustado en el coral. Nuestro primer intento de poner a salvo su cargamento había sido frustrado por un temporal. Una segunda expedición, descrita aquí hace trece meses, fue interrumpida al borde del éxito al ordenarnos las autoridades aduaneras mexicanas el abandono del buque naufragado por creer que habíamos descubierto un tesoro enorme.

No habíamos encontrado ningún tesoro, pero sí que habíamos atravesado la capa superior del cargamento y nuestro bote de inmersión pronto se llenó de objetos: brazaletes de peltre, platos, crucifijos de bronce, medallones, cucharas y cosas parecidas. Los funcionarios de la aduana confiscaron algunos de nuestros objetos. No obstante nosotros enterramos la mayor parte de ellos en la costa, cerca de una palmera solitaria, haciendo votos de volver un día a ese sitio, silenciosamente y solos.

Pero ello resultó imposible. Mi reportaje en el “Post” había transformado nuestro buque naufragado solitario en un objetivo sumergido renombrado e intrigante para los arqueólogos y los aventureros. El Gobierno de México fue asaltado por peticiones con el fin de obtener el permiso oficial para bucear hacia el buque naufragado. El Gobierno, tras meses de indecisión, dio el permiso tan duramente competido a una organización de submarinistas el Club de Exploraciones y Deportes Acuáticos de México (CEDAM). Por su parte el club nos invitó a Marx, a mí y a otros americanos interesados en participar en la expedición. Puesto que nuestra petición oficial para el permiso de bucear, la primera registrada, había sido denegada rotundamente y como que el club garantizaba generosamente a Marx el 25% del botín hallado, aceptamos”.

Tras meses de trabajo, sólo encontraron objetos de la carga pero nada de joyas y muchos de esos objetos estuvieron en la isla de Cozumel, que era “el punto de avanzada más cercano” al lugar del naufragio con una población permanente.

Antes de esa historia bien conocida, ocurrió otra a principios del siglo pasado en la que estuvo involucrado el capitán cozumeleño Claudio Canto Anduze y un misterioso francés que pidió trabajo en el barco y luego dijo tener el mapa del lugar donde se encontraba, en tierra, el tesoro del “Matancero”.

El hombre, sin embargo, murió de una fiebre tropical antes de encontrarlo y el mapa se perdió.

Esta es una historia que actualmente se les cuenta a los turistas que visitan Akumal, donde ocurrieron estos acontecimientos.

Fuente: Por Esto!

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