28 de septiembre de 2011

Desarrollo inmobiliario “de muy alto impacto”

Es de muy alto impacto el proyecto inmobiliario que se propone para el norte de Mezcalitos y abarca prácticamente toda la costa norte oriental de la isla, cuyo suelo sería excavado con enormes máquinas para crear canales navegables tierra adentro donde ahora existen lagunas de agua dulce.

Lo que se menciona sólo como un proyecto al que hasta se le cuelga el mote de “ecológico” es en realidad un desarrollo de alto impacto que es casi tan grande como toda la actual mancha urbana de la ciudad de San Miguel de Cozumel y plantea duplicar el número de cuartos que ahora tiene la isla, al pasar de 3 mil a 7 mil, construidos los 4 mil adicionales sobre una zona de alta fragilidad ambiental.
Una presentación electrónica del proyecto, de la que este diario tiene una copia, deja en evidencia las verdaderas dimensiones de lo que planea construir en el otro lado de la isla y que hasta ahora no se ha dado a conocer a los habitantes de Cozumel, que por décadas han evitado el desarrollo inmobiliario de esa costa y la consideran un santuario.

El área, que en sí misma es un atractivo turístico y no requiere inversión alguna sino sólo un poco de inteligencia para administrarla, es asiento de diversos ecosistemas ente los que se encuentran las lagunas costeras, algunas permanentes y otras estacionales (que se llenan durante la estación lluviosa y bajan de nivel hasta casi desaparecer en las sequías, pero todo como parte de un ritmo natural) las cuales tienen un importante papel en la captación de agua de lluvia y posterior infiltración de esa agua al subsuelo, lo que recarga el manto freático del que luego se toma el agua para toda la población.

Estas lagunas están en grave peligro con el controversial proyecto “Punta Arrecifes Resort” el cual pretende, con la característica soberbia del ser humano, cavar una serie de canales navegables sobre la delgada capa de roca caliza y sustituir con esos canales artificiales las lagunas naturales, afectando todo lo que depende de ellas: lagartos, insectos, aves, peces, mangles; todo lo que hace especial y bella a la isla y todo lo que le presta invaluables servicios ambientales a la comunidad, y todo en nombre del lucro de unos cuantos, que por pura casualidad son siempre los mismos.

Los inversionistas que promueven esto, la familia Barbachano y, tras bambalinas por el rechazo que provoca su nombre, los hijos del antipático millonario norteamericano Donald Trump, se sienten arropados por el muchas veces irreflexivo exceso de entusiasmo que caracteriza muchas de las acciones del actual alcalde, Aurelio Joaquín, quien apasionadamente defiende este proyecto que, como aceptó él mismo durante la penúltima reunión del comité del POEL, le podría dar trabajo como vendedor de bienes raíces en cuanto deje el servicio público.

Con esa confianza, sus testaferros han empezado a mostrar en privado a pequeños grupos de selectos miembros de la oligarquía cozumeleña las verdaderas dimensiones del proyecto, el cual es tan grande como la actual zona urbana de la isla.
Al mismo tiempo, en público se habla solamente de los supuestos beneficios del proyecto y la inversión que representa y se agita la zanahoria de la “derrama económica” de algo que a final de cuentas estará a más de 20 kilómetros de distancia –y nadie camina tanto para comprar una soda-.

Nada se dice del desastroso daño ambiental que esto implica, simplemente, el camino que se tendría que hacer para comunicar el complejo implica un daño tremendo y sus consecuencias son potencialmente tan graves, que es necesario por eso cambiar la ley actual para hacerlo, porque no se los permitiría.

La idea sigue adelante y hay mucho dinero detrás, mientras que hasta el momento, no se ha provocado todavía una respuesta social organizada, acaso por la falta de información que existe al respecto.

Fuente: Por Esto!

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